Corno todas y todos sabemos, el tres de noviembre de 1881, Salomé Ureña fundó, junto con Eugenio
María de Hostos, el Instituto de
Señoritas Salomé Ureña, una "floración" (según Emilio Rodríguez Demorizi) de la Escuela Normal formada por Hostos en 1880.
El Instituto continuaba los
esfuerzos de ambos por "formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie, como maestros
de la verdad y verdaderos iluminadores al camino del bien"
(Camila Henríquez Ureña: 131).
El Instituto formó tres
promociones de maestras (1881-1893) y llegó a ser, según frase de
Hostos:
"el
alma de una gran mujer hecha institución, y, que al hacerse conciencia de la mujer dominicana, puso en favor de la obra de bien la voluntad, primero de todas las mujeres de la República, y la conciencia, después, de la sociedad entera".
Que el Instituto era algo más que un centro de educación superior lo
confirma el emocionado testimonio de Eugenio María de Hostos:
"Gracias
a la sinceridad de su enseñanza y al cariño realmente maternal como trataba a sus discípulas, formó un discipulado tan adicto a ella y a sus doctrinas, que bien puede asegurarse que nunca, en parte alguna y en tan poco tiempo, se ha logrado reaccionar de una manera tan eficaz contra la mala educación tradicional de la mujer en nuestra América Latina y formar un grupo de mujeres más inteligentes, mejor instruidas y más dueñas de sí mismas, a la par que mejor conocedoras del destino
de la mujer en la sociedad". (Camila Henríquez Ureña: 136).
Según Don Emilio Rodríguez Demorizi, Salomé Ureña fundó el Instituto de Señoritas como un
adiós a sus ilusiones juveniles de poetisa y patriota (algo que su producción poética, ya siendo directora
del Instituto, refutaría) y para,
con Hostos, aportar "el empuje
que le falta al progreso cuando el primer iniciado en sus ventajas no es la mujer". (Demorizi: 5).
Es
interesante que Demorizi vea en este proceso un
"adiós" a las ilusiones juveniles de poetisa y patriota y no una llegada, o una encarnación de
esas ilusiones juveniles en algo
concreto: el nacimiento del Instituto, del cual fueron sus primeros profesores la Sta. Valentina
Díaz, José Dubeau, Emilio Prud'Homme y
Francisco Henríquez y Carvajal.
El poeta Gastón
Deligne, citado por Emilio Rodríguez
Demorizi en su libro Salomé Ureña y el Instituto
De Señoritas, lo recuerda en versos vibrantes:
iFue un contagio sublime;
Muchedumbre de almas adolescentes la seguía al viaje inaccesible de la cumbre que su
palabra ardiente prometía!
El 17 de abril de 1887 se realizó la primera investidura de maestras normales compuesta por Leonor María Feltz, Luisa Ozema Pellerano, Mercedes Laura Aguiar, Altagracia Henríquez Perdomo, Catalina Pou y Ana Josefa Puello, a quien fue encomendada la tesis de orden: "La educación
de la mujer."
El
Instituto se elevó a categoría de Escuela Normal de Maestras y las egresadas fueron escogidas e inmediatamente incorporadas al magisterio. Esta
escuela normal funcionó hasta
diciembre de 1893, es decir seis años, cuando
por dificultades económicas causadas
en gran parte por presiones políticas tuvo que cerrar. Más tarde reaparecería, el 7 de enero de 1896, esta vez dirigido por las hermanas Luisa
Ozema Pellerano y Eva Pellerano
Castro, cambiando su nombre al de Salomé Ureña en
septiembre de 1897.
Don Emilio Rodríguez Demorizi afirma que más de dos centenares de señoritas
se graduaron de maestras normales y casi todas ganaron diplomas
universitarios, proveniendo la mayoría de las profesoras de la
capital.
En esta
escuela, o Instituto, Salomé Ureña recogió "el legado de las angustiosas aspiraciones civiles renacidas en 1873, al término de la dictadura
baecista de los seis años", los cuales resurgieron con la presencia de Hostos entre 1875-76 y luego entre 1879-1888.
Salomé aspiraba, por consiguiente, a que la mujer
"no fuese simple intelectual ni frágil espejo de virtudes, ni
letrada romántica, sino mujer armónicamente preparada para formar
en la escuela y el hogar, los nuevos ciudadanos requeridos
para el engrandecimiento de la República".
En el
Cibao, Salomé Ureña tuvo fieles seguidoras en Antera
Mota, Rosa Smester y la legendaria Ercilia
Pepín, quienes también querían hacer de la escuela no un simple taller de instrucción, sino un activo agente de espiritualidad y de civilidad que
se aliara "contra la barbarie de
la política regresiva en boga", tan distinta de la platónica definición de nuestro Padre de la
Patria Juan Pablo Duarte sobre la política como "la ciencia más pura y la más digna después de la filosofía, de ocupar las inteligencias
nobles". (Demorizi).
Para
cambiar la noción tradicional de la educación de la mujer, Salomé promovía lo que entendía por verdadera cultura, una cultura que según
ella abarcaba la dignidad de la conciencia, el
cultivo de la mente y la delicadeza de la
educación.
Y, es en
medio de ese proceso, y para restaurarle a la política su verdadera dimensión, donde surge la patriota Salomé Ureña, de quien afirmara
Federico Henríquez y Carvajal que:
"En medio del grito sordo de las pasiones y rencores que se retan a
muerte en una lucha dolorosa; en medio de los triunfos de la inmoralidad; en
medio de las desgracias de la Patria, una voz poderosa se oye, cuyo timbre en
nada revela (prejuicios masculinos de entonces que hay que excusar) la voz de
una mujer".
Que Salomé tenía clara conciencia de lo que hacía en y con el Instituto
de Señoritas se evidencia en su discurso en la última graduación de maestras
normalistas de diciembre de 1893:
"Ya nos parecen comunes estas fiestas del espíritu, y ayer nomás
estaba vedada a la mujer en nuestro país toda aspiración fuera de los límites
del hogar y la familia".
Y se evidencia en el
siguiente párrafo:
"Hay que preparar a la mujer y a la niña para coadyuvar inteligentemente
a la Reforma Social que se inicia con el desarrollo de la conciencia. He aquí
el problema que hace doce años quise resolver, y al cual he sacrificado mi
reposo y no una escasa parte de mi salud."...
"Mi reposo y no una escasa parte de mi
salud".
Otra vez el alto precio a pagar por el poder ser, porque detrás de esos discursos se ocultaba la terrible tristeza de Salomé (hoy corroborada por su correspondencia) por un marido ausente en Francia, estudiando medicina, y cada vez más distante, por la separación de su primogénito y las constantes enfermedades de los hijos, que la agobiaban.
Tristezas que el cariño colectivo no
compensaba, ni tampoco el tibio mar y
el ardiente sol de Puerto Plata, porque la sed de infinito, de conocimiento (la
vieja contradicción entre la
vocación de escribir y lo femenino tal
y como ha sido definido desde el comienzo de los tiempos) no se soluciona ni con un hábito religioso ni con un
amor juvenil. No se soluciona "congelando
la libido", como dice Paz de Sor Juana, ni canalizando a Eros hacia las multitudes, hacia un
magisterio que se sustente en la negación de una vitalidad que se nutre
no sólo de la
libertad; sino también de la plenitud de la vida en todos los sentidos.
Fuente: A cien años de un magisterio (Sherezada Vicioso - Chiqui)
No hay comentarios:
Publicar un comentario