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jueves, 23 de mayo de 2013

Ruinas


Memorias venerandas de otros días, 
soberbios monumentos, 
del pasado esplendor reliquias frías, 
donde el arte vertió sus fantasías, 
donde el alma expresó sus pensamientos.


Al veros ¡ay! con rapidez que pasma 
por la angustiada mente 
que sueña con la gloria y se entusiasma 
la bella historia de otra edad luciente.


¡Oh Quisqueya! Las ciencias agrupadas 
te alzaron en sus hombros 
del mundo a las atónitas miradas; 
y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas 
la brisa que solloza en tus escombros.


Ayer, cuando las artes florecientes 
su imperio aquí fijaron 
y creaciones tuviste eminentes, 
fuiste pasmo y asombro de las gentes, 
y la Atenas moderna te llamaron.


Águila audaz que rápida tendiste 
tus alas al vacío 
y por sobre las nubes te meciste: 
¿por qué te miro desolada y triste? 
¿dó está de tu grandeza el poderío?


Vinieron años de marguras tantas, 
de tanta servidumbre; 
que hoy esa historia al recordar te espantas, 
porque inerme, de un dueño ante las plantas, 
humillada te vió la muchedumbre.


Y las artes entonces, inactivas, 
murieron en tu suelo, 
se abatieron tus cúpulas altivas, 
y las ciencias tendieron, fugitivas, 
a otras regiones, con dolor, su vuelo.


¡Oh mi Antilla infeliz que el alma adora! 
Doquiera que la vista 
ávida gira en tu entusiasmo ahora, 
una ruina denuncia acusadora 
las muertas glorias de tu genio artista.


¡Patria desventurada! ¿Qué anatema 
cayó sobre tu frente? 
Levanta ya de tu indolencia extrema: 
la hora sonó de redención suprema 
y ¡ay, si desmayas en la lid presente!


Pero vano temor: ya decidida 
hacia el futuro avanzas; 
ya del sueño despiertas a la vista, 
y a la gloria te vas engrandecida 
en alas de risueñas esperanzas.


Lucha, insiste, tus títulos reclama: 
que el fuego de tu zona 
preste a tu genio su potente llama, 
y entre el aplauso que te dé la fama 
vuelve a ceñirte la triunfal corona.


Que mientras sueño para ti una palma, 
y al porvenir caminas, 
no más se oprimirá de angustia el alma 
cuando contemple en la callada calma 
la majestad solemne de tus ruinas.

miércoles, 22 de mayo de 2013

A la Patria

Desgarra, Patria mía, el manto que vilmente, 
sobre tus hombros puso la bárbara cueldad; 

levanta ya del polvo la ensangrentada frente, 
y entona el himno santo de unión y libertad.


Levántate a ceñirte la púrpura de gloria 

¡oh tú, la predilecta del mundo de Colón! 
Tu rango soberano dispútale a la historia, 
demándale a la fama tu lauro y tu blasón.


Y pídele a tus hijos, llamados a unión santa, 

te labren de virtudes grandioso pedestal, 
do afirmes para siempre la poderosa planta, 
mostrando a las naciones tu título inmortal.


Y deja, Patria amada, que en el sonoro viento 

se mezclen a los tuyos mis himnos de placer; 
permite que celebre tu dicha y tu contento, 
cual lamenté contigo tu acerbo padecer.


Yo ví a tus propios hijos uncirte al férreo yugo, 

haciéndote instrumento de su venganza cruel; 
por cetro te pusieron el hacha del verdugo, 
y fúnebres cipreces formaron tu dosel.


Y luego los miraste proscritos, errabundos, 

por playas extranjeras llorosos divagar; 
y tristes y abatidos los ojos moribundos 
te ví volver al cielo cansados de llorar.


Tú sabes cuántas veces con tu dolor aciago 

lloré tu desventura, lloré tu destrucción, 
así cual de sus muros la ruina y el estrago 
lloraron otro tiempo las hijas de Sión.



Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares 

el arpa con que quise tus hechos discantar, 
porque al mirar sin tregua correr tu sangre a mares 
no pude ni un acorde sonido preludiar.


Mas hoy que ya parece renaces a otra vida, 

con santo regocijo descuelgo mi laúd, 
para decir al mundo, si te juzgó vencida, 
que, fénix, resucitas con nueva juventud;


que ostentas ya por cetro del libre el estandarte 

y por dosel tu cielo de nácar y zafir, 
y vas con el progreso, que vuela a iluminarte, 
en pos del que te halaga brillante porvenir;


que ya tus nuevos hijos se abrazan como hermanos, 

y juran devolverte tu angustia dignidad, 
y entre ellos no se encuentran ni siervos ni tiranos, 
y paz y bien nos brindan unión y libertad.


¡Oh Patria idolatrada! Ceñida de alta gloria 

prepárate a ser reina del mundo de Colón: 
tu rango soberano te guarda ya la historia, 
la fama te presenta tu lauro y tu blasón.

1874

Fuente: Poesias Completas

martes, 21 de mayo de 2013

Biografía

Salomé Ureña de Henríquez, nació en Santo Domin­go, capital de la República Dominicana, el día 21 de oc­tubre de 1850.

Fueron sus padres Nicolás Ureña de Mendoza y Gregoria de León.

Aprendió sus primeras letras en escuelas públicas de su tiempo; pero adquirió después, dirigida por su padre, una esmerada educación literaria que tuvo por fundamen­to la lectura de los clásicos castellanos.


Iniciada en la técnica de la versificación a los 15 años, comenzó la publicación de sus versos a los 17, con el seu­dónimo de Herminia, que usó hasta 1784. En este mismo año fueron incluidas diez de sus composiciones en la Lira de Quisqueya, primera antología de poetas domi­nicanos.


En 1877, le fue otorgada una medalla costeada por suscripción popular, en acto público organizado por la Sociedad Literaria "Amigos del País", institución cultu­ral que patrocinó, en 1880, la publicación de su obra Poe­sías.

El 11 de febrero de 1880, contrajo matrimonio con Francisco Henríquez y Carvajal. De esta unión tuvo cua­tro hijos: Francisco, Pedro, Max y Camila.

Animada por su marido, colaborador de Eugenio Ma­ría de Hostos, ilustre pensador y educacionista antillano, a quien se le había encomendado la organización de la Escuela Normal en Santo Domingo (1880) fundó el 3 de noviembre de 1881, el "Instituto de Señoritas", primer centro femenino de enseñanza superior en el país, y el 17 de abril de 1887, celebró la investidura de las seis prime­ras maestras normales que tuvo la República.

En 1893, minada su salud por el trabajo, cerró dicho Instituto. Tres años después, murió en su ciudad natal, el día 6 de marzo de 1897. Fue enterrada en la iglesia de Nuestra Señora de Las Mercedes, donde aún reposan sus restos.

Fuente: Poesias completas